Afirmaba en una de sus obras Wayne W. Dyer (Grijalbo) que las personas no tienen problemas en la vida. Si así fuera esta solución sería única y, de no encontrarla, el problema vital no tendría solución ¡Y esto no es cierto! Pero nos planteamos la vida de manera inadecuada…
Según Dyer, la vida no nos presenta problemas, sino dificultades. Las dificultades son cierta clase de obstáculos para lograr los objetivos que deseamos en cada momento o situación vital. En realidad, a las personas no nos interesa el logro de objetivos. Lo que deseamos es alcanzar estados emocionales de bienestar y evitar todo momento de malestar. Una persona se encuentra bien cuando siente tranquilidad, calma (que se puede sentir durante horas y horas) o siente felicidad (que sólo se puede sentir a intervalos breves de tiempo).
Cuando una persona piensa que desea algo a menudo lo confunde con una necesidad (a mayor intensidad del deseo, mayor “sentimiento de necesidad”) y activa sus recursos para lograr su satisfacción. Ahora bien, esa búsqueda de logro conlleva un estado emocional de tensión, ansiedad, adecuado para potenciar los recursos propios en búsqueda del objetivo; si logra alcanzar el objetivo deseado, la reducción de la tensión se percibe como bienestar y la persona se siente “feliz”, “satisfecha”, durante un tiempo (posteriormente ya no hay sensación de felicidad o bienestar… lo que ha llevado a considerar que no es alcanzar la meta sino caminar hacia ella lo que nos da el placer…). Sin embargo, cuando por unas u otras razones, el objetivo no se alcanza (insuficientes recursos propios o aparición de obstáculos impuestos por otros) entonces la persona se siente mal: con ira, ansiedad elevada, tristeza,… y se considera con “un problema”.
El fracaso escolar es una situación psico-social de naturaleza muy especial ya que en ella están involucradas varias personas en interacción mutua (de ahí lo de “social”) las cuales tienen que actuar (comportarse, de ahí lo de “psico”) de forma coordinada para lograr unos objetivos individuales pero estrictamente relacionados entre sí. Entendámonos,
a) el profesorado desea que todos sus alumnos adquieran los objetivos curriculares. Para lo cual desea que “atiendan activamente a sus explicaciones”, “realicen las tareas que les propone”, “estudien en casa” y demuestren sus conocimientos en los procesos de evaluación periódicos.
b) los padres desean que sus hijos aprueben las diferentes asignaturas (y en algunos casos, que “aprendan”)
c) los alumnos desean aprobación familiar y social por su conducta de estudio; esto es, que el profesorado les evalúe satisfactoriamente y con ello puedan obtener felicitaciones de padres, hermanos, otros familiares, compañeros, amigos y, progresivamente, autosatisfacción.
En el proceso de enseñanza-aprendizaje todos se encuentran en cierto estado de tensión (excepto quienes tienen un estilo inhibicionista) y ponen en funcionamiento los recursos intelectuales, atencionales y motrices de que disponen (padres, profesores y alumnos).
Al final de ciertos períodos de tiempo: días, semanas, meses o trimestres, se evalúan los resultados del alumno y si éstos son satisfactorios (aprobados para unos, notables o sobresalientes para otros) se termina con el estado de tensión y se percibe bienestar y satisfacción en todos ellos (padres. profesores y alumnos). Véase como, el aprobar no proporciona bienestar (no constituye un episodio de reforzamiento positivo) sino una finalización de un estado de ansiedad, de tensión, de preocupación por los resultados (esto es, se produce un episodio de reforzamiento negativo)
¿A qué conduce este sistema? Pues muy sencillo, a considerar que el bienestar de unos y otros (padres-profesores-alumnos) sólo se puede lograr cuando una variable adquiere un único valor; variable = calificaciones escolares, valor que resuelve el problema = aprobar
Esta es una realidad incuestionable en un 99% de los casos de padres, profesores y alumnos, si bien es justo admitir que algunos padres no consideran como objetivo deseable que su hijo “apruebe”, sino que “aprenda de acuerdo a sus posibilidades reales” (probablemente no más de un 1 por mil). En el caso de los profesores bien estaría recordar al profesor de “El Club de los Poetas Muertos” (aún con el riesgo de que no todos entiendan bien el sentido en que trata de enseñar a los alumnos el uso del romano “Carpe Diem”). Para los alumnos, sujetos pasivos de su educación por parte de padres y maestros, no les cabe otra opción que “aprobar” como medio de obtener satisfacción.
A tenor de lo anteriormente expuesto, ¿tenemos respuesta al interrogante principal?:
¿Hay Soluciones para Todo?
Pues en nuestra opinión… SÍ y NO…
Desde un punto de vista teórico sí las hay:
es posible que los padres se sientan bien con el rendimiento de sus hijos
es posible que los profesores se sientan bien con el rendimiento de sus alumnos
es posible que un alumno se sienta bien con su propio rendimiento
pero, ¿sea cuál sea ese rendimiento: inferior o superior al criterio de aprobado?
SÍ y NO.
Si padres, profesores y alumnos tienen un adecuado conocimiento de las posibilidades reales del escolar (en función de sus actitudes, aptitudes, hábitos y habilidades) pueden aceptar (asumir como incuestionables e inmodificables) algunas características permanentes (nivel intelectual en secundaria, temperamento, limitaciones sensorio-motrices) y algunas características temporales (nivel intelectual y atencional en infantil y primaria, hábitos y habilidades de estudio, actitudes ante el estudio,…) de modo que, tras una Valoración Integral de cada caso individual se pueda diseñar y poner en marcha un Plan de Intervención PsicoEducativa con el cual, a corto, medio o largo plazo, sea posible:
- mejorar el nivel de aptitudes básicas de tipo intelectual o atencional (desde los tres-cuatro años de edad)
- aumentar las habilidades intelectuales, atencionales, motrices, lingüísticas
- recuperar los retrasos curriculares acumulados en materias básicas: lengua y matemáticas
- modificar el sistema de valores que sustenta unas actitudes negativas hacia el estudio (a partir de los ocho años de edad)
- implementar hábitos adecuados de estudio
- mejorar las habilidades de estudio
Con lo cual, se puede lograr un desarrollo óptimo del escolar con el criterio de éxito centrado en lo que puede alcanzar en función de sus posibilidades y de los recursos disponibles por parte de padres y profesores, lo que constituiría una fórmula para admitir que SÍ EXISTE solución para cualquier caso.
Ahora bien, cuando no se conocen las posibilidades reales de un escolar debido a una ausente, insuficiente o deficiente Evaluación PsicoEducativa, no resulta posible diseñar o ejecutar un Plan de Intervención adecuado. Igualmente, cuando la familia, la escuela no disponen de recursos técnicos suficientes o adecuados para llevar a cabo dicha Valoración o Intervención, o bien, Padres o Maestros rechazan adoptar como criterio de éxito el anteriormente mencionado (lo que puede alcanzar en función de sus posibilidades y de los recursos disponibles) NO EXISTE solución al caso.
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